Era una
tarde soleada, aunque triste. La naturaleza parecía estar alegre, sin embargo
sentía la hermosa escena que contemplaba vacía, faltaba algo... o más bien,
faltaba alguien. Añoraba escuchar la risa imprevista de aquel pequeño al ser
sorprendido por una rápida ardilla, o sus insistentes lloros pidiendo comida
solo para llamar su atención.
Romano
ya no estaba. Pero era así como debía ser. ¿No había sido él mismo quien le
abandonara en aquella casa vacía de personas pero llena de sentimientos para ir
a explorar el mundo y luchar contra otros países? Se decía a sí mismo que todo
lo había hecho por su bien... pero en el fondo sabía que había sido muy
egoísta.
Todo
era diferente ahora a aquella época, incluso él mismo. Ya nadie venía a
recibirle cuando regresaba de algún viaje, ni le despertaba de aquella forma
tan peculiar que tenía el pequeño... Ahora valoraba y añoraba aquellos
momentos, y se fustigaba a sí mismo por haber sido tan estúpido de no haber
aprovechado mejor el tiempo que tenían, porque sí, en su interior siempre había
sabido que Romano terminaría marchándose de su lado, como todos los demás
aunque con él fuera distinto.
Era
normal que el chico quisiera expandir sus fronteras más allá de aquella casa
que había sido su hogar pero también su cárcel, a él mismo le había ocurrido y
por eso había peleado innumerables veces con el abuelo Roma... pero ahora se
sentía vacío, sin él.
Nada
podía hacer por retenerlo a su lado, ni debía, no quería que él le odiara.
Podía soportar el odio de cualquier otro, pero de él precisamente no. Y sabía
que estaría bien, tenía a sus hermanos con él y juntos llegarían muy lejos.
¿A él?
A él ya no le quedaba nada. Se había quedado anclado en una época pasada, y
allí también, junto a sus ambiciones, había dejado la felicidad que no había
sabido valorar en su momento.
Suspiró.
De nada servía pensar en todo aquello mientras hacía los claveles con sus
propias manos. Solo se hundía cada vez más. Aunque no, no lloraría. España
nunca lloraba, no le estaba permitido. En ese aspecto siempre le había regañado
Francis, por no mostrar sus sentimientos a los demás.
Pero,
¿de qué servía mostrar tu debilidad? Para lo mismo que servían todos aquellos
negros pensamientos que inundaban su mente.
Dejó la
flor de papel que estaba haciendo a un lado. Debía hacer algo más que le
distrajera lo suficiente y que le animara, pero en ese preciso momento pegaron a
la puerta. ¿Quién sería el que venía a esas horas a punto de anochecer a
visitarle? Por si acaso, se preparó para lo peor. Quizás fuera Inglaterra
buscando bronca, o cualquier otro con el mismo propósito, aunque estaban en
tiempos de paz.
Abrió
la puerta, receloso, pero en cuanto vio de quién se trataba, una sonrisa simple
pero cariñosa se instaló en sus labios.
Era un
rayo de esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario